sábado, 25 de octubre de 2014

Como la pintura de Delacroix.


Invadían a mi amor, a mi París, con sus estúpidas acciones y su carne de cañón. No estaba dispuesto a dejar que me la arrebataran. Desde mi barricada y con el puño en alto podía sentir cada segundo que restaban a mi vida los pasos del ejército acercándose hacia mí.

Podía oler el miedo mezclado con la sangre seca de nuestros caídos en mis ropas y en las de mis compañeros: unas voces desgarradoras que no querían apagarse, no sin antes haber luchado. La artillería enemiga no cesaba en su intento hasta que cayeron nuestras murallas y alzaron los fusiles contra nuestra tricolor. Estábamos listos para morir, pero no sin pronunciar, antes del disparo: ¡Viva la Revolución!

No hay comentarios:

Publicar un comentario