miércoles, 3 de diciembre de 2014

El bien más escaso.

Y ahí estaba otra vez ella, avanzando hacia mí con paso lento y desgastado. No sabría interpretar exactamente esa mirada de ojos hundidos y pupilas cansadas de existir, ansiosas por salir de la terrible monotonía en la que habían sido atrapadas. Cada día venía a visitarme y a llevarse un cachito de mí, decía que me necesitaba más que a nadie, que no importaba a cuántos kilómetros de distancia me hallase, pues ella siempre acudiría a mi encuentro. A cambio de tan hermosas palabras yo me entregaba a ella sin dilación alguna, dejaba que me tomase entre sus manos y rozase mi piel etérea con sus suaves labios. Luego, tras una pequeña pausa dejándome acariciar su pequeño cuerpo semidesnudo y agrietado por el sol, tomaba su gran balde y me depositaba cuidadosamente en él. Finalmente se despedía de mí con una forzada sonrisa y se marchaba con gran pesar.

Sus escuálidos brazos a penas podían conmigo y sus piernas, faltas de sustento, se arrastraban por la arena amarillenta del camino que conducía a su poblado, casi diez kilómetros más allá, intentando mantener el equilibrio para no dejarme caer.

Mientras, el resto de mí, atrapado en aquel pozo sin fondo en medio de la nada, la observaba alejarse a duras penas por la senda que la llevaría hasta su hogar y por la que, escasas horas más tarde, habría de regresar a pronunciar para mí aquellas palabras tan hermosas... y junto a ella, los miles de niños y niñas que no eligieron nacer en esta inhóspita y desgarbada tierra y aún así, son capaces de cargar mi peso sobre sus pequeños hombros por el simple premio de sobrevivir un instante más en este mundo arbitrario y avasallador.

miércoles, 12 de noviembre de 2014

"Little Boy."

El recreo había terminado y con él los juegos de los niños, que corrían despavoridos a causa del ruido provocado por la onda expansiva de la gran explosión. Todo se tornó gris y los edificios de los alrededores fueron devorados por una ola de humo tóxico y cenizas que no cesó en su avance hacia los suburbios de la ciudad, hasta haber engullido completamente todo cuanto pudo.

Después sólo hubo silencio.
Silencio y lágrimas negras cayendo del cielo sobre el esqueleto de una civilización contaminada por la guerra y el poder. Una batalla que miles de inocentes pagaron con sus vidas aquel 6 de Agosto de 1945 en la ciudad de Hiroshima.


miércoles, 5 de noviembre de 2014

El gran salto.

La mayor conquista de la historia estaba cerca. No podía contener mis ansias de quitarme el cinturón y dejarme llevar por la ausencia de gravedad. Comenzaba la cuenta atrás, millones de personas expectantes miraban fijamente la televisión, esperando ver a mi equipo pisar una tierra inhóspita, una utopía de poetas y soñadores que en aquel momento añorarían estar en mi piel.

Fue cuando aquel gigante aterrizó que mis pupilas congelaron la imagen, donde la tierra no era más que una canica con la que jugar cuando me dispuse a dar un paso fuera de la nave... Lo único que mis labios lograron pronunciar en ese instante fue: "Este es un pequeño paso para un hombre, pero un gran salto para la humanidad."


sábado, 25 de octubre de 2014

Como la pintura de Delacroix.


Invadían a mi amor, a mi París, con sus estúpidas acciones y su carne de cañón. No estaba dispuesto a dejar que me la arrebataran. Desde mi barricada y con el puño en alto podía sentir cada segundo que restaban a mi vida los pasos del ejército acercándose hacia mí.

Podía oler el miedo mezclado con la sangre seca de nuestros caídos en mis ropas y en las de mis compañeros: unas voces desgarradoras que no querían apagarse, no sin antes haber luchado. La artillería enemiga no cesaba en su intento hasta que cayeron nuestras murallas y alzaron los fusiles contra nuestra tricolor. Estábamos listos para morir, pero no sin pronunciar, antes del disparo: ¡Viva la Revolución!